OPINIÓN
Los secretos de Helmut Schmidt
a
· El político
alemán, recientemente fallecido, silenció sus orígenes judíos
Helmut Schmidt, que falleció el 10 de noviembre a los 96
años, era merecedor del Premio Príncipe de Asturias, pero no sé si alguna vez llegó
a sonar siquiera su nombre entre las candidaturas al galardón. Al democristiano
Helmut Kohl, en cambio, sí se lo dieron en 1996, en la modalidad de Cooperación
Internacional, en reconocimiento a su papel en la construcción europea y en la
reunificación de Alemania.
Canciller de la República Federal desde 1974 hasta 1982 (y
antecesor de Kohl al frente del gobierno alemán), el socialdemócrata Schmidt no
sólo había mostrado siempre idéntico ímpetu europeísta que su tocayo, sino que
además fijó la idea de la moneda única como objetivo (fue uno de los padres del
euro) y contribuyó a institucionalizar las cumbres europeas. Lideró a Europa cuando la crisis del petróleo
golpeó a Occidente, en los años 70, y supo hacer frente sin cesiones ni paños
calientes al chantaje del terrorismo (en 1977, la banda de extrema izquierda Baader-Meinhof
había secuestrado y asesinado, entre otros, al presidente de la patronal, Hans
Martin Schleyer).
Antes de llegar a la Cancillería había sido ministro de Defensa y de
Economía y Finanzas. Sucedió con dignidad y eficacia al carismático Willy Brandt,
de cuya ‘ostpolitik’ fue continuador, y sacó airosamente a su país de una grave
recesión mundial.
Hijo
de un profesor de magisterio, Helmut Schmidt estaba empapado de la convulsa historia
europea. Había pertenecido a las Juventudes Hitlerianas y en la Segunda Guerra Mundial alcanzó
el grado de teniente de Artillería de la Luftwaffe y fue condecorado con
la Cruz de Hierro. En 1946, coincidiendo con los juicios en Nuremberg a los jerarcas
nazis, fue elegido presidente de la Liga de Estudiantes Socialistas. Su biografía
es de dominio público excepto en un pequeño detalle sobre sus orígenes
familiares, celosamente guardado por él hasta su jubilación: “Mi abuelo era
judío y mi padre, según las leyes raciales nazis, era semijudío. Mi padre no
quería que se supiese esto, pero como ya ha fallecido no tengo motivos para
seguir guardando el secreto”, revelaría en 1988 en un programa de televisión
presentado por el ex presidente francés Giscard d’ Estaing, gran amigo suyo.
Helmut Schmidt era un “mischlinge” (un mestizo, en la
terminología nazi) con un 25 por ciento de sangre judía. Uno de sus abuelos era
hebreo. Según consta en el libro “La tragedia de los soldados judíos de Hitler”,
de Bryan Mark Rigg, el ex canciller se contaba entre los 607 alemanes judíos de
un cuarto alistados en las fuerzas armadas bajo el nacionalsocialismo: 3
almirantes, 10 generales, 24 coroneles, 10 comandantes, 20 capitanes, 63
tenientes, 55 suboficiales y 422 soldados rasos que al principio quizá no
tenían conciencia clara de su identidad judía, pero luego tuvieron que vivir bajo
sospecha y en una angustiosa incertidumbre desde 1933 hasta 1945. Los
mischlinge autoproclamaban su patriotismo e incluso el entusiasmo por la
esvástica; solicitaban certificados de pureza de sangre; aparentaban
indiferencia ante la crueldad que empleaba la Wehrmacht en el trato a las
“razas inferiores”; combatían en primera línea, y al mismo tiempo intentaban
proteger a sus padres, tíos y abuelos, que estaban obligados a llevar prendida la
estrella de David, sometidos a racionamientos y prohibiciones, esclavizados en
duros trabajos de la
Organización Todt y, en no pocos casos, deportados, internados
en campos de concentración y asesinados. De todo esto nunca se decidió a hablar
Schmidt. Son los secretos que se llevó con él a la tumba.
(Publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA, el 25 de noviembre de 2015).